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Feliz Navidad :)

Ahora que estamos en navidad es tiempo de relaaax , de pasar de los deberes y como no.... De escuchar villancicos, pero por dios, que sean buenos, asique para guiaros un poquillo aquí os dejo algunos para que los disfruteis y tengais una navidad amena y muy Happy !!! ;p




 UN BESAZOOOO!!!

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Ya lo sabes


Ya sabes que voy a decirte, pero aun así te lo digo otra vez,

Ya sabes que voy a animarte, pero aun así te lo digo otra vez,
Ya sabes que voy a mimarte, pero aun así te lo digo otra vez,
Pero hay algo que no sabes y tendras que adivinar, aquí tienes una pista
que te puede guiar: Es paz, es calma y una tarde de sábado enredada en
tu cama; es calor, es dulzura y toda tu ternura; es una palabra, una mirada y
una sonrisa inesperada; es un beso en tus labios, un guiño y una palabra
que empieza por "T", "T" de Teseo, de Trofeo, de Trineo ¿Aún no lo sabes?
Es "T" de Te quiero.

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La Desaparición de Jack y la muerte del Monstruo II

Uno de ellos sacó una daga de lo que parecía plata, Jack se retiró un mechón de su melena negra y lisa que le había caído sobre uno de sus ojos grandes, azules y bordeados por un lápiz negro. Su corazón parecía a punto de explotar e intentaba acallar su respiración entrecortada.

El encapuchado subió la manga del que estaba a su lado y le cortó la muñeca, dejando caer un chorro de líquido escarlata y espeso sobre el altar.
-Príncipe de las tinieblas, ¡Yo te invoco!- Conjuró mientras la otra persona se vendaba la herida y a continuación los tres descubrieron sus rostros.
-Haznos tus siervos- Dijo el de la daga, que era un chico no mucho mayor que él, moreno y con el pelo corto y castaño, los ojos marrones y la piel blanca aunque bronceada por el sol.
-Eternos, siempre vivos, siempre muertos-Continuó la chica de la venda en la muñeca, teñida, a juzgar por sus cejas negras y los ojos verdes y muy maquillados, al igual que el resto del rostro.
-Tres unidos, tres siervos, tres eternos- dijo el último que iba rapado y llevaba un piercing en la ceja castaña, al igual que sus ojos.
De pronto una neblina oscura surgió del altar y se metió por los orificios de los tres jóvenes. Se arquearon hacia arriba y cayeron lentamente, se giraron y un destello rojo iluminó sus iris, Jack decidió que no debería haberlo visto y volvió cuidadosamente sobre sus pasos.
Pero un crujido lo delató.
-¡Mierda!- Blasfemó rogando que esos tíos no lo encontraran, y reanudó el avance lo más rápido que pudo.
Dobló la esquina, ya que podía ver la puerta. Se sujetaba las cadenas que le caían de los pantalones para no hacer ruido y se maldecía por llevar unas botas tan pesadas; añoraba sus deportivas blancas, cálidas y ligeras en ese momento. El cuero de sus pantalones y chaqueta crujían levemente. Estaba a punto de llegar a las oxidadas puertas de acero, cuando frente a él se interpuso la chica teñida.
-¡¡Arggghhhh!!- Gritó con todas sus fuerzas temblando por el miedo- No se lo diré a nadie, ¡Lo juro!- Prometía cayendo de rodillas y sollozando levemente.
-Mírate, pareces un niño. Me servirás de alimento, pero no te lo mereces- Le soltó con una voz aguda y húmeda.
Pronto los dos varones aparecieron tras ella, Jack estaba horrorizado, sentía que le iban a hacer algo muy malo. No sabe cómo pasó pero su brazo se movió hasta el cierre de las cadenas. Se soltó una y con un rápido movimiento se situó tras la chica y aplastó la cadena contra su cuello. Ella, sin apenas esfuerzo, la retiró de su cuello y la colocó en el pantalón de Jack.

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Primera Parte, La Desaparición de Jack y la Muerte del Monstruo, escrito por mi.

La desaparición de Jack
Y la muerte del monstruo

El gong de las campanas anunciaba la media noche, Jack volvía a su casa apresurado, a su madre no le iba a gustar que llegase tarde y menos solo. La fiesta de 16 cumpleaños de su amigo Julio había sido un éxito, había muchas chicas y una de ellas le dio su teléfono. Pensaba en ella mientras volvía. Se había llevado la chaqueta ya que aquella noche de Agosto era inusualmente gélida, o al menos eso le parecía a él.
Mientras el vaho salía de su boca al respirar echaba vistazos nerviosos por los alrededores. Nunca solía tener miedo, pero aquella noche algo extraño ocurría, lo presentía. Sin embargo, no hizo caso de las advertencias que salían de sus entrañas.
La calle, iluminada por varias farolas tenía dos coches aparcados al lado de una acera, la mayoría de casas estaban en penumbra salvo una, que dejaba escapar luz amarillenta por una ventana.
Se detuvo, iba a pasar por el cementerio. Si lo cruzaba llegaría antes a casa, pero no se decidía. Se armó de valor y caminó vacilante por entre los panteones. Había cruzado cientos de veces por allí, no debía temer nada, sería sólo esa estúpida película que habían visto, se repetía.
Entonces algo captó su atención, tres encapuchados con túnicas negras se dirigían al altar. Cuando los vio, su corazón por poco le sale por la boca, se ocultó tras un panteón observando.

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Synyster Gates

Su primera guitarra se la dieron sus abuelos y una de las primeras canciones que aprendió fue Stairway To Heaven. La mayoría de las canciones fueron transcritas por él mismo y en sexto grado, ya tocaba de oído. Gates también ha dicho que cuando empezó a tocar la guitarra, la escuela ya no le importaba . Al parecer obtuvo buenas notas hasta el 4 º grado. Synyster Gates asistió a Ocean View High School en Huntington Beach, California y Mayfair High School en Lakewood, California. Según él, se reunió con el resto de la banda a través de The Rev (Jimmy Sullivan). The Rev y Synyster Gates se conocieron en una tienda de metal en 8º grado, cuando Jimmy comenzó a burlarse de él, pero cuando los dos comenzaron a hablar, se dieron cuenta de que ambos eran músicos y se convirtieron en amigos casi inseparables.


  Gates se unió a Avenged Sevenfold cuando tenía 18 años a finales de 1999, justo antes de la grabación del primer álbum, Sounding the Seventh Trumpet. Fue en su EP, "Warmness on the Soul", y en la re-edición de su primer álbum. También toca el piano en canciones como "Beast and The Harlot" y "Sidewinder", aunque un amigo de la banda, el bajista Justin Sane, toca el piano en "Warmness on the Soul".

En el DVD Avenged Sevenfold "All Excess" hace hincapié en la puesta aparentemente aleatorio de nombres. Gates dijo que su nombre era el pensamiento de un borracho en coche por el parque con The Rev. Syn dijo exactamente, "Soy Synyster Gates, y soy jodidamente asombroso! "

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Me voy de vacaciones

Queridos seguidores de mi blog, me temo que estaré un par de semanitas ausente así que dejaré el blog sin actualizar durante este tiempo, pero os dejo aqui un poco de música y un fuerte abrazo!!!Muchos besos y pasadlo bieeeeen!!! n.n


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Escucha y Disfruta

Queridos lectores, aunque la verdad dudo mucho que haya más de dos personas que en realidad me siguen... XD, os he preparado un poco de música para que el veranito nos sepa mejor.
 Un besazo y disfrutad!!!


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Para esa persona especial...

Llevamos mucho tiempo juntos, yo te quiero y tú me quieres, se que tu no lees estas cosas de los blogs pero te lo dedico igualmente. Y ahora, mientras veo películas de chinos después de haberme pegado un atracón de tallarines con verduritas me ha entrado la vena sentimental. Éstas canciones son muy de tu estilo, disfrútalas, te amo!!

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Marilyn Manson

Bueno, dado que en la encuesta Marilyn ha sido el ganador como "Grupo Chachi" ésta entrada se la voy a dedicar a él. En primer lugar gracias a todos los votantes y espero que os guste:
 Marilyn Manson (registrado como Brian Hugh Warner y nacido el 5 de Enero de 1969 en Canton, Ohio) es un compositorcantante,actorescritorpintor y director de cine estadounidense, conocido por su personalidad e imagen controvertidas como vocalista y líder de la banda de metal industrial Marilyn Manson. Su nombre artístico se formó a partir de los nombres de la actriz Marilyn Monroe y del asesino convicto Charles Manson.
  Apareció en algunas películas como JawbreakerLost Highway, de David Lynch y Party Monster. No sólo se dedica a la música, también pinta y algunas celebridades como Jack Osbourne o Nicolas Cage son admiradores y compradores de sus obras. Figura en el lugar número 44 en la lista de los 100 mejores vocalistas de metal de todos los tiempos, según Hit Parader.



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Pongamonos Románticos

Estas vacaciones tenemos tiempo para ver a nuestras parejas, os recomiendo una cosita, preparad una velada especial, comprad un par de velas y hacedles una base mas o menos bonita con arcilla o papel de aluminio. Un Bistec de ternera con mostaza y verduritas asadas; si sois vegetarianos una sopita de tofu con algas y de segundo una macedonia de melón sandía y plátano es una buena opción. De bebida un vinito y si no sois bebedores una coca-lola con sabor a cereza es original.

También debeis ir elegantes y estar limpios y con buen aliento, os sugiero crear ambiente con algunas canciones.


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Cazadores de Sombras: Los orígenes, Ángel mecánico


Prólogo
LONDRES, ABRIL DE 1878
El demonio explotó salpicando icor y entrañas.
William Herondale retiró la daga que sujetaba, pero era demasiado tarde. El viscoso ácido de la sangre del demonio ya había comenzado a corroer la brillante hoja. William soltó una maldición y lanzó
el arma lejos; ésta cayó sobre un sucio charco y comenzó a humear
como una cerilla recién apagada. El demonio, claro, había desaparecido; de regreso al infernal mundo, fuera cual fuera, del que había
venido, aunque no sin dejar asquerosos restos tras él.
—¡Jem! —llamó Will mientras se volvía—. ¿Dónde estás? ¿Has
visto eso? ¡Lo he matado de un golpe! No está nada mal, ¿verdad?
Pero no hubo respuesta a su llamada; sólo unos instantes antes,
su compañero de cacería se encontraba tras él en aquella calle húmeda y retorcida, guardándole las espaldas, de eso Will estaba seguro;
pero en ese momento estaba solo entre las sombras. Frunció el ceño,
molesto; era mucho menos divertido alardear sin que Jeff estuviera
delante para oírle. Miró hacia atrás, hacia donde la calle se estrechaba y formaba un pasaje que acababa a lo lejos, en las aguas negras y
jadeantes del Támesis. Al fondo, Will llegaba a ver las oscuras siluetas de los barcos amarrados, un bosque de mástiles como un manzanar deshojado. Ni rastro de Jem por allí; quizá hubiera vuelto a
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Narrow Street en busca de una mejor iluminación. Will se encogió de
hombros y volvió por donde había llegado.
Narrow Street atravesaba Limehouse, entre los muelles del río y
las superpobladas barriadas que se extendían por el oeste hacia Whitechapel. Era una calle estrecha, flanqueada por almacenes e inclinados edificios de madera. En aquel momento, se hallaba desierta; incluso los borrachos que solían tambalearse de regreso a casa desde
The Grapes, un poco más arriba, habían encontrado ya algún sitio
donde desplomarse para pasar la noche. A Will le gustaba Limehouse, le gustaba la sensación de estar en el extremo del mundo,
donde los barcos partían todos los días hacia puertos inimaginablemente lejanos. Que fuera el área por donde acostumbraban a rondar
los marineros, y por tanto estuviera llena de garitos de juego, fumaderos de opio y burdeles, tampoco le iba mal. Era fácil perderse en
un sitio así. Ni siquiera le importaba el hedor: humo y suciedad, sogas y alquitrán, especias exóticas mezcladas con el olor del agua de
río del Támesis.
Mientras miraba a un lado y al otro de la vacía calle, se pasó la
manga del abrigo por la cara, tratando de limpiarse el icor, que le
picaba y le quemaba la piel. La tela quedó manchada de verde y negro. También tenía un corte en el dorso de la mano, un corte feo. Le
iría bien una runa curativa. Una de las de Charlotte, a poder ser. Ella
era especialmente buena con los iratzes.
Una silueta se despegó de las sombras y fue hacia Will. Él dio un
paso adelante y se detuvo. No era Jem, sino un policía bastante corriente que hacía su ronda, con un casco en forma de campana, un
pesado abrigo y una expresión de extrañeza. Miró a Will, o mejor, a
través de Will. Por muy acostumbrado que estés al glamour, siempre
resulta extraño que miren a través de ti como si no estuvieras allí.
Will sintió el repentino impulso de hacerse con la porra del guardia
y observarle mientras el hombre daba vueltas en redondo, tratando
de averiguar adónde habría ido a parar, pero Jem lo había regañado
las pocas veces que había hecho eso antes, y aunque Will nunca había
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llegado a entender las objeciones de Jem a ese asunto, no valía la
pena hacerlo enfadar.
El policía se encogió de hombros y parpadeó al pasar frente a
Will, meneando la cabeza y mascullando algo sobre dejar la ginebra
antes de que realmente empezara a ver visiones. Will se apartó para
dejarle pasar, luego lanzó un grito.
—¡James Carstairs! ¿Dónde estás, bastardo desleal?
Esta vez obtuvo una débil respuesta.
—Por aquí. Sigue la luz mágica.
Will se dirigió hacia el lugar de donde provenía la voz de Jem.
Parecía surgir de una oscura abertura entre dos almacenes; se vislumbraba un tenue brillo entre las sombras, como la fugaz luz de un
fuego fatuo.
—¿Me has oído antes? Ese demonio shax pensó que me podía
atrapar con sus malditas pinzas, pero lo arrinconé en un callejón...
—Sí, te he oído. —El joven que apareció en la boca del callejón
parecía muy pálido bajo la luz de la farola, incluso más pálido de lo
que estaba normalmente, que ya era mucho. Llevaba la cabeza descubierta, lo que de inmediato atraía la mirada sobre su cabello, que
era de un extraño color plateado brillante, como un chelín nuevo. Sus
ojos eran del mismo color plata, y su rostro era angular y de huesos
finos, con la ligera curva de los ojos como única indicación de su ascendencia.
Tenía manchas negras sobre la pechera de la camisa, y las manos
cubiertas de rojo.
Will se tensó.
—Estás sangrando. ¿Qué ha pasado?
Jem rechazó con un gesto la preocupación de su amigo.
—La sangre no es mía. —Volvió la cabeza hacia el callejón situado a su espalda—. Es de ella.
Will dirigió su mirada hacia las sombras más espesas del callejón. En el rincón del fondo había una forma hecha un ovillo; sólo
una sombra en la oscuridad, pero cuando Will miró más fijamente,
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pudo distinguir la silueta de una pálida mano, y un mechón de
cabello rubio.
—¿Una mujer muerta? —preguntó Will—. ¿Una mundana?
—Una niña, en realidad. De no más de catorce años.
Al oír aquello, Will maldijo a todo volumen y sin miramientos.
Jem esperó pacientemente a que acabara.
—Si hubiéramos pasado por aquí un poco antes —soltó Will finalmente—. Ese maldito demonio...
—Eso es lo curioso. No creo que esto sea obra del demonio.
—Jem frunció las cejas—. Los demonios shax son parásitos, parásitos
de nidada. Habría tratado de arrastrar a su víctima a su cubil para
ponerle huevos en la piel mientras aún seguía viva. Pero a esta niña...
la han apuñalado repetidas veces. Y tampoco creo que sucediera
aquí. La sangre que hay en el callejón no es suficiente. Creo que la
atacaron en otra parte, y luego se arrastró hasta aquí para acabar
muriendo a causa de las heridas.
Will tensó la boca.
—Pero el demonio shax...
—Te lo estoy diciendo, Will, no creo que haya sido el shax. Creo
que el shax la estaba persiguiendo... cazándola por algo, o para alguien.
—Los shax tiene un sentido del olfato muy agudo —aceptó Will—.
He oído que algunos brujos los usan para seguir el rastro de los desaparecidos. Tienes razón: parecía estar moviéndose con alguna extraña
intención. —Miró más allá de Jem, a la triste pequeñez de la forma
acurrucada en el callejón—. Has encontrado el arma, ¿verdad?
—Aquí la tengo. —Jem se sacó algo de la chaqueta: un cuchillo,
envuelto en un trapo blanco—. Es una especie de misericordia, o una
daga de caza. Mira lo fina que es la hoja.
Will la cogió. La hoja era realmente fina, y acababa en un mango
de hueso pulido. Tanto la hoja como el mango estaban manchados de
sangre seca. Frunciendo el ceño, pasó la parte plana de la hoja sobre
la áspera tela de su manga y la limpió, frotándola, hasta que un símANGEL MECANICO.indd 10 04/10/10 11:4611
bolo, grabado a fuego en la hoja, se hizo visible. Dos serpientes que
se mordían mutuamente la cola, formando un círculo perfecto.
—¡Uróboros! —exclamó Jem, acercándose más para ver bien el
cuchillo—. Uno doble. ¿Qué crees que significa?
—El fin del mundo —contestó Will sin dejar de mirar la daga,
mientras una leve sonrisa jugueteaba en sus labios—, y el principio.
Jem frunció el ceño.
—Entiendo la simbología, William. Me refiero a qué crees que
significa su presencia en esta daga.
El viento del río alborotaba el cabello de Will, quien se lo apartó
de los ojos con un gesto de impaciencia y continuó observando el cuchillo.
—Es un símbolo alquímico, no de un brujo o un subterráneo. Eso
suele significar humanos; la clase de estúpido mundano que cree que
tontear con la magia es su pasaporte a la fama y la fortuna.
—De aquellos que suelen acabar como un montón de harapos
ensangrentados en medio de algún pentáculo. —Jem parecía muy lú-
gubre.
—De esos a los que les gusta rondar por las partes subterráneas
de nuestra hermosa ciudad. —Después de envolver de nuevo la
daga en el pañuelo, Will se la metió en uno de los bolsillos de la chaqueta—. ¿Crees que Charlotte dejará que me encargue de la investigación?
—¿Crees que se puede confiar en ti en el submundo? Los garitos
de juego, los antros de vicio mágico, las mujeres de moral ligera...
Will sonrió como podría haber sonreído Lucifer momentos antes
de ser arrojado de los Cielos.
—¿Crees que mañana será demasiado pronto para empezar a
investigar?
Jem suspiró resignado.
—Haz lo que quieras, Will. Siempre lo haces.
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Southampton, mayo.
Tessa no podía recordar no haber amado el ángel mecánico. Hubo
un tiempo en que pertenecía a su madre, que lo llevaba puesto al morir. Después lo habían guardado en el joyero de su madre, y un día su
hermano Nathaniel lo había sacado para ver si aún funcionaba.
El ángel no era mayor que el meñique de Tessa, una figura minúscula hecha de latón, con unas alas plegadas de bronce del tamaño
de las de una cigarra. Tenía un delicado rostro de metal con los párpados cerrados en forma de media luna y las manos cruzadas al
frente sobre una espada. Una fina cadena pasada por detrás de las
alas permitía llevar el ángel colgado al cuello como una medalla.
Tessa sabía que el ángel era un trabajo de relojería porque si lo
acercaba a la oreja podía oír el ruido de la maquinaria, como el de un
reloj. Nate había lanzado una exclamación de sorpresa al ver que aún
funcionaba después de tantos años, y había buscado en vano un cierre o un tornillo, o algún otro método por el que se le pudiera dar
cuerda al ángel. Pero no había nada que encontrar. Así que se encogió de hombros y le pasó el ángel a Tessa. Desde ese momento, Tessa
nunca se lo había quitado; incluso por la noche, el ángel reposaba
sobre su pecho mientras ella dormía, con su constante tictac, tictac,
como los latidos de un segundo corazón.
En ese momento lo tenía sujeto entre los dedos, mientras el Main
iba metiendo la proa entre otros enormes vapores para encontrar un
amarre en el muelle de Southampton. Nate había insistido en que
Tessa fuera a Southampton en vez de a Liverpool, donde atracaban
la mayoría de los vapores transatlánticos. Había insistido en que
Southampton era un lugar más agradable donde arribar; por eso
Tessa no había podido evitar sentirse un poco decepcionada de su
primera visión de Inglaterra. Era gris y deprimente. La lluvia tamborileaba al caer sobre las torres de una distante iglesia, mientras un
humo negro se alzaba de las chimeneas de los barcos y manchaba un
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cielo ya suficientemente gris. Una multitud vestida con ropas oscuras esperaba en el muelle al abrigo de sus paraguas. Tessa trató de
ver si su hermano se hallaba entre la gente, pero la neblina y la fina
llovizna que salpicaba el barco eran demasiado espesas para distinguir los rasgos individuales de nadie.
Tessa se estremeció. El viento del mar era frío. En todas sus cartas, Nate había comentado que Londres era bonita, que el sol brillaba
todos los días. Bueno, pensó Tessa, con suerte el tiempo sería mejor
que el de allí, porque no se había llevado ropa de abrigo, salvo un
chal de lana que había pertenecido a la tía Harriet y un par de guantes finos. Había vendido la mayoría de su ropa para pagar el funeral
de su tía, convencida de que su hermano le compraría ropa nueva
cuando fuera a Londres a vivir con él.
Se oyó un grito. El Main, con su casco negro resplandeciente por
la lluvia, había echado el ancla, y ya había remolcadores cruzando las
aguas grises, dispuestos a transportar el equipaje y a los pasajeros a
la orilla. Éstos salían en un flujo continuo, ansiosos por sentir tierra
firme bajo los pies. Tan diferente de su salida de Nueva York, pensó
Tessa. Aquel día, el cielo había sido azul y tocaba una banda de viento. Aunque, sin nadie que la despidiera, tampoco había sido un momento muy alegre.
Tessa agachó los hombros y se unió a la fila de pasajeros para
desembarcar. Gotas de lluvia le pincharon en la cabeza y en el cuello
como heladas agujas, y notó las manos, dentro de los finos guantes,
frías y mojadas por la lluvia. Al llegar al muelle miró alrededor, buscando a Nate. Habían pasado casi dos semanas desde la última vez
que habló con alguien, porque a bordo del Main no se había relacionado casi con nadie. Sería un placer volver a tener con quien hablar.
No estaba allí. Los muelles estaban llenos de equipajes y todo
tipo de cajas y cargamento, incluso pilas de fruta y verdura, que se
marchitaba y disolvía bajo la lluvia. Cerca de allí, un vapor se disponía a partir hacia Le Havre, y unos marineros mojados se arremolinaron junto a ella, gritando en francés. Trató de apartarse, pero estuANGEL MECANICO.indd 13 04/10/10 11:4614
vo a punto de ser pisoteada por una avalancha de pasajeros que
desembarcaban apresuradamente en busca del refugio de la estación
de tren.
Pero a Nate no se le veía por ninguna parte.
—¿Es usted la señorita Gray? —La voz era gutural y con un marcado acento.
Un hombre se había colocado ante Tessa. Era alto y llevaba un
largo abrigo negro y un sombrero de copa, que recogía el agua de lluvia en el ala como una cisterna. Sus ojos eran curiosamente saltones,
casi protuberantes, como los de una rana, y su piel parecía tan áspera
como la de una cicatriz. Tessa se esforzó para controlar el impulso de
apartarse temerosa de él. Pero aquel hombre conocía su nombre.
¿Quién podía saberlo sino alguien que también conociera a Nate?
Tessa asintió con la cabeza.
—Sí.
—Me envía su hermano. Venga conmigo.
—¿Dónde está Nate? —quiso saber Tessa, pero el hombre ya se
había puesto a caminar. Su paso era irregular, como si cojeara por
alguna antigua lesión. Un instante después, Tessa se cogió las faldas
y corrió tras él.
El hombre avanzaba entre la multitud con velocidad y determinación. La gente se apartaba de su camino y murmuraba sobre su
grosería mientras él se abría paso a empujones, con Tessa casi corriendo detrás para no perderlo. De improviso, el hombre torció
junto a una pila de cajas y se detuvo ante un gran carruaje negro
brillante, con letras doradas en los costados. La lluvia y la espesa
niebla impidieron a Tessa leerlas con claridad.
Se abrió la puerta del carruaje, y una mujer se inclinó hacia fuera.
Llevaba un enorme sombrero de plumas que le ocultaba el rostro.
—¿La señorita Theresa Gray?
Tessa asintió con la cabeza. El hombre ayudó a la mujer a bajar
del carruaje, y luego a otra mujer. Ambas abrieron sendos paraguas
y se protegieron de la lluvia. Luego fijaron sus miradas en Tessa.
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Era un extraño par de mujeres. Una era muy alta y delgada, con
un rostro huesudo y angustiado. Un cabello incoloro estaba recogido
en la nuca en un moño bajo. Llevaba un vestido de seda violeta brillante, salpicado aquí y allí por gruesas gotas de lluvia, y guantes
violeta a juego. La otra mujer era baja y gruesa, con unos ojillos muy
hundidos en la cara; los guantes de color rosa brillante que cubrían
sus grandes manos las hacían parecer coloridas pezuñas.
—Theresa Gray —dijo la más baja—. Qué placer conocerla por
fin. Soy la señora Negro, y ésta es mi hermana, la señora Oscuro. Su
hermano nos envía para acompañarla a Londres.
Tessa, empapada, helada y anonadada, se apretó el mojado chal
sobre los hombros.
—No lo entiendo. ¿Dónde está Nate? ¿Por qué no ha venido él
mismo?
—Unos asuntos ineludibles le han retenido en Londres. Mortmain no ha podido dejarle marchar. Pero ha enviado una nota para
usted. —La señora Negro le tendió un papelito enrollado, ya húmedo por la lluvia.
Tessa lo cogió y se volvió para leerlo. Era una corta nota de su
hermano disculpándose por no haber podido ir al muelle a recibirla,
y explicándole que confiaba en las señoras Negro y Oscuro («Las
llamo las Hermanas Oscuras, por razones evidentes, ¡y parecen encontrarme muy agradable!») para que la condujeran hasta la seguridad de su casa en Londres. Eran, decía la nota, sus caseras, y las recomendaba con vehemencia.
Eso la hizo decidirse. La carta era sin duda de Nate. Estaba escrita con su letra, y nadie más la llamaba Tessie. Tragó con fuerza y se
metió la nota dentro de la manga antes de volverse hacia las dos
hermanas.
—Muy bien —dijo mientras trataba de controlar la sensación de
decepción que la rondaba; ¡había esperado con tanto anhelo ver a su
hermano!—. ¿Llamamos a un mozo de cuerda para que recoja mi
baúl?
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—No es necesario, no es necesario. —El alegre tono de la señora
Oscuro no casaba con sus angustiadas facciones—. Ya lo hemos arreglado para que lo envíen por delante. No cabría en el carruaje.
—Chasqueó los dedos hacia el hombre de ojos saltones, que se subió
al asiento del cochero en la parte delantera del carruaje. Luego le
puso a Tessa la mano en el hombro—. Vamos, niña; salgamos de la
lluvia.
Mientras Tessa se acercaba al carruaje, impulsada por la huesuda
sujeción de la señora Oscuro, la niebla se aclaró y dejó ver la brillante imagen dorada pintada en la puerta. Las palabras «Club Pandemónium» se retorcían intrincadamente entre dos serpientes que se
mordían mutuamente la cola, formando un círculo. Tessa frunció el
ceño.
—¿Qué significa eso?
—Nada de lo que tengas que preocuparte —contestó la señora
Negro, que ya había subido al carruaje y tenía las faldas extendidas
sobre uno de los asientos, que parecían cómodos. El interior del carruaje estaba elegantemente decorado con lujosos bancos de terciopelo morado situados frente a frente, y con cortinas de doradas borlas cubriendo las ventanas.
La señora Oscuro ayudó a Tessa a subir al carruaje, y subió tras
ella. Mientras Tessa se acomodaba en uno de los bancos, la señora
Negro se inclinó para cerrar el carruaje en cuanto entró su hermana,
dejando fuera el cielo gris. Cuando sonrió, los dientes le destellaron
en la penumbra como si estuvieran hechos de metal.
—Acomódate, Theresa. Nos queda un largo camino.
Tessa se llevó la mano al ángel mecánico, que le colgaba del cuello, y se reconfortó con su constante tictac, mientras el carruaje comenzaba a avanzar bajo la lluvia.
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1
LA CASA OSCURA
Más allá de este lugar de lágrimas e ira
yacen los horrores de la sombra.
William Ernest Henley, Invictus
Seis semanas después
—Las hermanas desearían verla en sus aposentos, señorita Gray.
Tessa dejó el libro que había estado leyendo sobre la mesilla de
noche, y se volvió para observar a Miranda, que se hallaba en la
puerta de su pequeña habitación, igual que hacía todos los días a esa
misma hora, portando el mismo mensaje que portaba todos los días.
En un momento, Tessa le pediría que la esperara en el pasillo, y Miranda saldría de la habitación. Diez minutos después, volvería y repetiría las mismas palabras. Si Tessa no acudía obedientemente después de esos dos intentos, Miranda la agarraría y la arrastraría por la
escalera, con Tessa pataleando y gritando, hasta la sala caliente y
apestosa donde las Hermanas Oscuras esperaban.
Había sucedido así todos los días desde que estaba en la Casa
Oscura, como había decidido llamarla, hasta que finalmente se había
dado cuenta de que gritar y patalear no servía de mucho, y sólo conseguía malgastar su energía. Energía que seguramente era mejor reservar para otras cosas.
—Un momento, Miranda —repuso Tessa. La criada hizo una
torpe reverencia, salió del cuarto y cerró la puerta.
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Tessa se puso en pie y recorrió con la mirada la habitación que había
sido su prisión durante seis semanas. Era pequeña, con un papel de
pared floreado y pocos muebles: una sencilla mesa cubierta con un
mantel de encaje donde comía, la estrecha cama de latón donde dormía, la resquebrajada palangana y la jarra de porcelana donde se lavaba, la repisa de la ventana donde apilaba los libros y donde todas las
mañanas hacía una raya en la madera para marcar el paso de los días.
Cruzó la habitación hasta el espejo que colgaba en la pared del
fondo y se pasó la mano por el cabello. Las Hermanas Oscuras, como
al parecer deseaban ser llamadas, preferían que no se la viera desarreglada, aunque aparte de eso, no parecía importarles en absoluto
su apariencia, lo que era una suerte, porque su reflejo en el espejo la
hizo estremecer. El pálido óvalo de su rostro estaba dominado por
unos hundidos ojos grises; un rostro ensombrecido y angustiado sin
color en las mejillas o esperanza en la expresión. Llevaba un feo vestido negro, como de vieja maestra, que las hermanas le habían dado
en cuanto llegó; su baúl nunca la había seguido, a pesar de las promesas de las hermanas, y ésa era la única prenda de ropa que tenía.
Apartó rápidamente la mirada.
No siempre se había asustado ante su reflejo. Nate, rubio y guapo, era el miembro de la familia que según todos había heredado la
célebre belleza de su madre, pero Tessa siempre se había mostrado
más que satisfecha con su suave cabello castaño y sus penetrantes
ojos grises. Jane Eyre había tenido el cabello castaño, y muchas otras
heroínas también. Tampoco era tan malo ser alta, más alta que la
mayoría de los chicos de su edad, cierto, pero la tía Harriet siempre
le había dicho que mientras una mujer alta tuviera buen porte, siempre tendría una aspecto de realeza.
En esos momentos no parecía en absoluto de la realeza. Parecía
angustiada y desarreglada, un espantapájaros asustado. Se preguntó
si Nate la reconocería si la pudiera ver en ese estado.
Y al pensar eso, el corazón pareció encogérsele en el pecho. Nate.
Todo eso lo estaba haciendo por él, pero algunas veces lo echaba
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tanto de menos que se sentía como si se hubiera tragado trozos de
cristal. Sin él, estaba completamente sola en el mundo. No tenía a
nadie. Nadie en el mundo entero a quien le importara si vivía o moría. A veces, el horror de esa idea amenazaba con superarla y hundirla en una oscuridad sin fondo de la que no regresaría. Si no le importas a nadie en el mundo, ¿existes realmente?
El sonido del cerrojo interrumpió de golpe sus pensamientos. La
puerta se abrió; Miranda se detuvo en el hueco de la puerta.
—Es hora de que venga conmigo —dijo—. La señora Negro y la
señora Oscuro la están esperando.
Tessa la miró con desagrado. No sabría decir la edad de Miranda.
¿Diecinueve? ¿Veinticinco? Había algo atemporal en su fino rostro
redondo. Su cabello era del color del agua estancada, y se lo tensaba
tras las orejas. Al igual que el cochero de las Hermanas Oscuras, tenía
los ojos saltones de una rana, lo que la hacía parecer permanentemente sorprendida. Tessa suponía que debían de ser parientes.
Mientras bajaban juntas, Miranda avanzaba con su paso seco y
desgarbado, y Tessa alzó la mano para tocarse la cadena de la que le
colgaba el ángel alrededor del cuello. Era una costumbre, algo que
hacía siempre que la obligaban a ver a las Hermanas Oscuras. De
algún modo, sentía que el colgante la reconfortaba. Lo sujetaba mientras iban pasando rellano tras rellano. Había varios niveles de pasillos en la Casa Oscura, aunque Tessa no había visto nada más que los
aposentos de las Hermanas Oscuras, los corredores y las escaleras,
además de su propia habitación. Finalmente, llegaron al nivel del
oscuro sótano. El lugar era húmedo y frío, y las paredes estaban cargadas de una desagradable acuosidad, aunque a las hermanas no
parecía importarles. Su despacho estaba más adelante, pasadas una
serie de puertas dobles. Un estrecho corredor se alejaba en el otro
sentido y desaparecía en la oscuridad; Tessa no tenía ni idea de qué
había por ahí, pero algo en el espesor de las sombras le hacía alegrarse de no haberlo descubierto.
Cuando llegó ante las puertas del despacho de las hermanas, MiANGEL MECANICO.indd 19 04/10/10 11:4620
randa no vaciló, sino que entró con determinación; Tessa la siguió con
gran renuencia. Odiaba esa sala más que ningún otro lugar de la Tierra.
Para empezar, siempre hacía calor y había humedad dentro,
como en un pantano, incluso cuando el cielo en el exterior era gris y
lluvioso. Las paredes parecían exudar, y el tapizado de los sillones y
sofás estaba constantemente enmohecido. También olía raro, como
las orillas del río Hudson un día de calor: agua, basura y limo.
Las hermanas ya estaban allí, como siempre, sentadas detrás de
sus enormes escritorios elevados. Iban tan coloreadas como de costumbre: la señora Negro con un vestido rosa salmón brillante, y la
señora Oscuro con un traje de color azul pavo real. Sobre los satines
de brillantes colores, sus rostros eran como globos grises desinflados.
Ambas llevaban guantes, como siempre, por mucho calor que hiciera
en la habitación.
—Déjanos, Miranda —ordenó la señora Negro, que, con un grueso dedo enguantado en blanco, estaba dando vueltas a una pesada
bola del mundo de latón que tenía sobre el escritorio. Tessa había
tratado muchas veces de ver mejor ese globo terráqueo, porque había algo en la manera en que estaban dibujados los continentes que
siempre le había parecido raro, sobre todo el espacio en el centro de
Europa, pero ellas siempre lo habían mantenido alejado de ella—. Y
cierra la puerta al salir.
Sin la más mínima expresión, Miranda hizo lo que le ordenaban.
Tessa trató de no mostrar un gesto de dolor cuando la puerta se cerró
y cortó cualquier mínima brisa que pudiera entrar en aquel agobiante lugar.
La señora Oscuro inclinó la cabeza hacia un lado.
—Ven aquí, Theresa. —De las dos mujeres, ella era la más amable, más propensa a sonsacar y a persuadir que su hermana, a la que
le gustaba convencer por medio de bofetadas y amenazas pronunciadas con siseos—. Y coge esto.
Le tendió algo. Tessa vio que era un lazo. Un trozo maltrecho de
tela rosa, como una cinta para el cabello de una niña.
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Tessa ya se había acostumbrado a que las Hermanas Oscuras le
dieran cosas. Cosas que una vez pertenecieron a gente: pasadores de
corbata, relojes, joyas de lujo y juguetes. Una vez, los cordones de una
bota; en otra ocasión, un solo pendiente, manchado de sangre.
—Cógelo —repitió la señora Oscuro, con un toque de impaciencia en la voz—. Y Cambia.
Tessa cogió el lazo. Se lo puso en la palma, tan ligero como el ala
de una mosca, y las Hermanas Oscuras la miraron impasibles. Tessa
recordó los libros que había leído, novelas en las que los personajes
eran juzgados y temblaban en el muelle junto al Old Bailey mientras
rogaban por un veredicto de no culpable. En aquella sala, a menudo
se sentía como si a ella también la estuvieran juzgando, aunque no
sabía de qué crimen se la acusaba.
Le dio la vuelta al lazo sobre la mano, y recordó la primera vez que
las Hermanas Oscuras le habían entregado un objeto: un guante de
mujer con botones de perla en la muñeca. Le habían gritado que Cambiara, la habían abofeteado y la habían sacudido mientras ella les repetía una y otra vez, con creciente histeria, que no tenía ni idea de qué le
estaban hablando, ni de lo que le estaban pidiendo que hiciera.
Aquel día no lloró, por más ganas que tuvo. Tessa no soportaba
llorar, sobre todo delante de gente en la que no confiaba. Y de las personas en las que confiaba, una estaba muerta y la otra, en prisión. Las
Hermanas Oscuras le habían dicho eso, le habían explicado que tenían a Nate, y que si no hacía lo que le pedían, su hermano moriría. Le habían mostrado su anillo, el que había pertenecido a su padre, manchado de sangre, como prueba de ello. No le habían dejado
sujetarlo o tocarlo; se lo habían apartado cuando ella lo iba a coger,
pero lo había reconocido. Era el de Nate.
Después de eso, había hecho todo lo que le habían dicho. Había
ingerido pociones que le habían dado a beber, había practicado dolorosos ejercicios durante horas, se había obligado a pensar como
ellas querían que pensara. Le habían dicho que se imaginara que era
arcilla, amorfa y cambiante, moldeada y formada en el torno del alANGEL MECANICO.indd 21 04/10/10 11:4622
farero. Le habían dicho que se concentrara en los objetos que le habían entregado, que los imaginara como algo vivo y que extrajera el
espíritu que los animaba.
Habían tardado semanas, y la primera vez que había Cambiado,
había sido tan cegadoramente doloroso que había vomitado y se había desmayado. Se había despertado en uno de los sofás mohosos de
la sala de las Hermanas Oscuras, con una toalla húmeda sobre el rostro. La señora Negro había estado inclinada sobre ella, con su aliento
agrio como el vinagre, y los ojos encendidos.
—Hoy lo has hecho muy bien, Theresa —le había dicho—. Muy
bien.
Aquella noche, cuando Tessa había vuelto a su cuarto, se había
encontrado regalos: dos libros nuevos en la mesilla de noche. Una
copia de Grandes esperanzas, y otra de Mujercitas. Tessa había apretado los libros contra sí, y en su habitación, sola y sin vigilancia, se
había permitido llorar.
Desde entonces el Cambio se había ido haciendo más fácil. Tessa
seguía sin entender qué pasaba en su interior que lo hacía posible,
pero había memorizado la serie de pasos que las Hermanas Oscuras
le habían enseñado, de la misma forma que un ciego podría memorizar el número de pasos que hay desde su cama a la puerta del dormitorio. No sabía qué la rodeaba en el extraño lugar oscuro al que la
hacían ir, pero conocía el camino hasta allí.
En ese momento, empleó esos recuerdos, y cerró la mano con
fuerza sobre el trozo de tela rosa que sostenía. Abrió la mente y dejó
que bajara la oscuridad, permitió que la conexión que la ligaba a la
cinta de pelo y al espíritu de su anterior dueña, el eco fantasmal de
la persona que había poseído el lazo, se desenrollara como un hilo
dorado que la conducía entre las sombras. La sala en la que se hallaba, el calor opresivo, la ruidosa respiración de las Hermanas Oscuras, todo desapareció mientras seguía el hilo, mientras la luz aumentaba de intensidad a su alrededor, y Tessa se envolvía en ella como si
fuera una manta.
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La piel comenzó a cosquillearle y a picarle como miles de peque-
ñas descargas. Ésa había sido, al principio, la peor parte, la parte que
la había convencido de que estaba muriendo. Pero ya se había acostumbrado, y la soportó estoicamente mientras se estremecía de los pies
a la cabeza. Como si siguiera el ritmo del desbocado corazón de Tessa,
el ángel mecánico alrededor de su cuello pareció acelerar su tictac. La
presión aumentó en el interior de su cráneo —Tessa ahogó un grito—,
y los ojos, que había mantenido cerrados, se le abrieron con la sensación de ir hacia un crescendo, y entonces la sensación desapareció.
Ya estaba.
Tessa parpadeó mareada. El primer momento después del Cambio siempre era como parpadear para sacar agua de los ojos tras haberse sumergido en el baño. Se miró a sí misma. Su nuevo cuerpo era
pequeño, casi frágil, y la tela del vestido le colgaba suelta y se le
arrugaba contra el suelo. Las manos, cerradas ante sí, eran pálidas y
delgadas, con las yemas de los dedos agrietadas y las uñas mordidas.
Manos desconocidas, ajenas.
—¿Cómo te llamas? —exigió saber la señora Negro. Se había
puesto en pie y miraba a Tessa desde lo alto con sus pálidos ojos ardiendo. Casi parecía voraz.
Tessa no tenía la respuesta. La niña cuya piel llevaba contestó en
su lugar, hablando a través de ella como se decía que los espíritus
hablan a través de los médiums, aunque a Tessa no le gustaba verlo
así; el Cambio era algo mucho más íntimo, más espantoso que eso.
—Emma —contestó la voz que salía de Tessa—. Señorita Emma
Bayliss, señora.
—¿Y quién eres, Emma Bayliss?
La voz contestó, y las palabras que salían de la boca de Tessa
trajeron con ellas potentes imágenes. Nacida en Cheapside, Emma
había sido una de seis hermanos. Su padre había muerto, y su madre
vendía agua de menta desde un carrito en el East End. Emma había
aprendido a coser para aportar algo de dinero a la familia cuando
aún no era más que una niña pequeña. Pasaba las noches sentada a
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una mesita en la cocina, cosiendo bajo la luz de un vela de sebo. A
veces, cuando la vela se acababa y no había dinero para comprar
otra, salía a la calle, se sentaba bajo una de las farolas de gas municipales y cosía bajo su luz...
—¿Era eso lo que estabas haciendo en la calle la noche que moriste, Emma Bayliss? —preguntó la señora Oscura. Tenía una fina
sonrisa, y se pasaba la lengua por los labios, como si pudiera notar
cuál iba a ser la respuesta.
Tessa vio calles estrechas y oscuras, envueltas en una espesa niebla, una aguja plateada trabajando bajo la tenue luz amarillenta de la
farola de gas. Un paso, amortiguado por la niebla. Unas manos que
salían de las sombras y la agarraban por los hombros, manos que la
arrastraban, gritando, hacia la oscuridad. La aguja y el hilo le cayeron
de las manos, los lazos se desprendieron de su pelo mientras luchaba.
Una voz áspera chillaba algo, iracunda. Y luego la hoja plateada de un
cuchillo destellaba en la oscuridad, cortándole la piel, derramando su
sangre. Un dolor que era como el fuego, y un terror que no se parecía
a nada que hubiera conocido. Dio patadas al hombre que la sujetaba y
consiguió hacerle caer la daga de la mano; ella agarró el cuchillo y
corrió, tambaleándose mientras perdía fuerzas y la sangre se le iba
acabando rápidamente, tan rápidamente. Se hizo un ovillo en un callejón, y oyó el grito con siseos de algo a su espalda. Sabía que aquello la
estaba siguiendo, y esperaba morir antes de que la alcanzara...
El Cambio se hizo añicos como un cristal. Con un grito, Tessa
cayó de rodillas y el lacito roto se le fue de las manos. Era ella otra
vez; Emma se había ido, como una piel desechada. Tessa volvía a
estar dentro de su propia cabeza.
La voz de la señora Negro le llegó desde muy lejos.
—¿Theresa? ¿Dónde está Emma?
—Está muerta —susurró Tessa—. Murió en el callejón, se desangró hasta morir.
—Muy bien. —La señora Oscuro soltó aire, un sonido de satisfacción—. Lo has hecho muy bien, Theresa. Ha estado muy bien.
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Tessa no dijo nada. La parte delantera de su vestido estaba salpicada de sangre, pero no sentía dolor. Sabía que no era su sangre; no
era la primera vez que le pasaba. Cerró los ojos, rodando en la oscuridad, y tratando de no desmayarse.
—Tendríamos que habérselo hecho hacer antes —dijo la señora
Negro—. El asunto de la niña Bayliss me tenía preocupada.
La réplica de la señora Oscuro fue cortante.
—No estaba segura de que fuera capaz. Ya recuerdas lo que le
pasó con aquella mujer, Adams.
Al instante, Tessa supo de qué estaban hablando. Semanas antes,
había tenido que Cambiarse en una mujer que había muerto de una
herida de bala en el corazón; la sangre le había comenzado a caer por
todo el vestido y había vuelto a Cambiar inmediatamente, gritando
presa de un terror histérico hasta que las hermanas le habían hecho
ver que no tenía ninguna herida.
—Ha hecho un maravilloso avance desde entonces, ¿no crees,
hermana? —preguntó la señora Negro—. Sobre todo, teniendo en
cuenta que tuvimos que empezar de cero; porque ni siquiera sabía lo
que era.
—Cierto, era arcilla totalmente informe —asintió la señora Oscuro—. Hemos logrado un verdadero milagro. No puedo imaginar que
no complaciera al Magíster.
La señora Negro lanzó un gritito ahogado.
—¿Quieres decir...? ¿Crees que ha llegado la hora?
—Oh, sin duda, mi querida hermana. Está completamente lista.
Ya es hora de que nuestra Theresa conozca a su señor. —Había un
tono de jactancia en la voz de la señora Oscuro, un desagradable
sonido que traspasó el cegador vértigo de Tessa. ¿De qué estaban
hablando? ¿Quién era el Magíster? Observó bajo las pestañas entrecerradas cómo la señora Oscuro tiraba de la banda de seda de la
campanilla que llamaba a Miranda para que se llevara a Tessa a su
cuarto. Al parecer, la lección había acabado por ese día.
—Quizá mañana —comentó la señora Negro—, o incluso esta
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noche. Si informamos al Magíster de que está preparada, se dará
prisa para llegar aquí sin tardanza.
La señora Oscuro soltó una risita mientras salía de detrás del escritorio.
—Entiendo que estés ansiosa de que se nos pague por todo este
trabajo, Amelia. Pero Theresa no sólo debe estar lista. También debe
estar... presentable. ¿No crees?
La señora Negro, siguiendo a su hermana, masculló una respuesta que interrumpió cuando la puerta se abrió y entró Miranda. Su
aspecto era tan soso como siempre. Ver a Tessa en el suelo, hecha un
ovillo y cubierta de sangre, no pareció producirle la más mínima
sorpresa. Aunque, claro, pensó Tessa, probablemente habría visto
cosas peores en aquella sala.
—Lleva a la chica de vuelta a su habitación, Miranda. —La impaciencia había desaparecido del tono de la señora Negro y volvía a ser
toda brusquedad—. Coge las cosas... ya sabes, las que te enseñamos... y haz que se vista y se prepare.
—¿Las cosas... que me enseñaron? —Miranda parecía no entender a qué se referían.
Las señoras Oscuro y Negro intercambiaron una mirada de desagrado, y se acercaron a Miranda, ocultándola de la vista de Tessa.
Tessa las oyó susurrarle algo y captó unas cuantas palabras sueltas:
«vestido» y «cuarto del armario» y «haz lo que puedas para que esté
guapa»; y luego, finalmente, Tessa oyó una frase bastante cruel: «No
estoy segura de que Miranda sea lo suficiente inteligente para obedecer una orden tan vaga como ésa, hermana».
«Haz que esté guapa.» Pero ¿qué les importaba que estuviera
guapa o no, si la podían obligar a adoptar el aspecto que quisieran?
¿Qué importancia tenía su verdadera apariencia? ¿Y por qué eso tenía que importar al Magíster? Aunque, por la forma en que se comportaban las hermanas, era evidente que ellas creían que sí le importaría.
La señora Negro salió de la sala, seguida de su hermana, igual
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que siempre. En la puerta, la señora Oscuro se detuvo y se volvió
para mirar a Tessa.
—Recuerda, Theresa —le dijo—, que todo lo que hemos hecho
hasta hoy ha sido para prepararte para esta noche. —Se sujetó las
faldas con ambas manos huesudas—. No nos falles.
Dejó que la puerta se cerrara tras ella. Tessa se estremeció ante el
ruido, pero a Miranda, como siempre, parecía no haberle afectado en
absoluto. En todo el tiempo que había pasado en la Casa Oscura,
Tessa no había sido capaz de sobresaltar a la otra chica, ni de sorprenderla con una expresión desprevenida.
—Vamos —dijo Miranda—. Ahora debemos ir arriba.
Tessa se puso en pie, lentamente. La cabeza le daba vueltas. Su
vida en la Casa Oscura estaba siendo horrible, pero era consciente de
que casi se había acostumbrado a ella. Con el tiempo, había llegado
a saber lo que podía esperar. Había sabido que las Hermanas Oscuras la estaban preparando para algo, aunque no había podido averiguar de qué se trataba. Había creído, quizá por ingenuidad, que no
la matarían. ¿Para qué todo aquel entrenamiento si al final tenía que
morir?
Pero algo en el tono gozoso de la señora Oscura le había dado que
pensar. Algo había cambiado. Ya habían logrado lo que pretendían
de ella. Les iban a «pagar». Pero ¿quién iba a hacer el pago?
—Vamos —repitió Miranda—. Debemos prepararla para el Magíster.
—Miranda —comenzó Tessa. Le habló con voz suave, como le
hubiera hablado a un gato nervioso. Miranda nunca antes había respondido a ninguna pregunta de Tessa, pero eso no significaba que no
valiera le pena intentarlo—. ¿Quién es el Magíster?
Hubo un largo silencio. Miranda miraba al frente con su inexpresivo rostro impasible. Luego, sorprendió a Tessa y habló:
—El Magíster es un gran hombre —dijo Miranda—. Será un honor para usted casarse con él.
—¿Casarme? —repitió Tessa. La sorpresa le resultó tan intensa
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que de repente pudo ver la sala con mucha más claridad: Miranda;
la alfombra del suelo manchada de sangre; la pesada bola del mundo
de latón sobre la mesa, aún inclinada en la posición en que la había
dejado la señora Negro—. ¿Yo? Pero... ¿quién es?
—Es un gran hombre —repitió Miranda—. Será un honor.
—Avanzó hacia Tessa—. Ahora debe venir conmigo.
—No. —Tessa se apartó de ella y retrocedió hasta golpearse dolorosamente en la espalda con el borde del escritorio. Miró alrededor
desesperada. Podría echar a correr, pero nunca superaría a Miranda
para llegar hasta la puerta; no había ventanas, ni puertas hacia otras
habitaciones. Si se escondía detrás del escritorio, Miranda la sacaría
a rastras y la cargaría hasta su habitación—. Miranda, por favor.
—Ahora debe venir conmigo—repitió Miranda; casi había llegado hasta Tessa. Ésta podía verse reflejada en las negras pupilas de la
otra joven, podía captar el ligero olor amargo, casi a chamuscado,
que emanaba de la piel y la ropa de Miranda—. Debe venir...
Con una fuerza que ignoraba poseer, Tessa agarró la base de la
bola de latón del escritorio, la levantó y golpeó a Miranda en la cabeza con toda su alma.
El golpe produjo un sonido desagradable, como el del vidrio pisoteado. Miranda se tambaleó hacia atrás, pero luego volvió a erguirse. Tessa lanzó un grito y dejó caer el globo. Todo el lado izquierdo
del rostro de Miranda se había hundido, como si a una máscara de
papel se le hubiera chafado un lado. Su mejilla estaba aplastada, y el
labio destrozado contra los dientes. Pero no había sangre, ni una gota
de sangre.
—Ahora debe venir conmigo —repitió Miranda en el mismo
tono inexpresivo que siempre empleaba.
Tessa se quedó boquiabierta.
—Debe venir... debe ve...venir... debe... debe... dedededeeee...
—La voz de Mirada tembló, se quebró y degeneró en un torrente de
sonidos incoherentes. Fue hacia Tessa, y luego se movió espasmódicamente hacia un lado, entre pequeñas sacudidas y tambaleos. Tessa
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se apartó del escritorio y comenzó a alejarse mientras la otra joven
comenzaba a dar vueltas sobre sí misma, cada vez más de prisa. Fue
girando por toda la sala como un borracho tambaleante, aún soltando un sonido agudo, y se estrelló contra la pared del fondo; eso pareció aturdirla completamente. Se desplomó sobre el suelo y se quedó quieta.
Tessa corrió hacia la puerta y luego avanzó por el pasillo al que
conducía; sólo se detuvo una vez, cuando ya estuvo fuera de la sala,
para mirar atrás. En ese breve instante, le pareció como si un hilo de
humo negro se estuviera alzando del cuerpo caído de Miranda, pero
no tenía tiempo de quedarse a mirar. Tessa se lanzó por el pasillo,
dejando la puerta abierta tras de sí.
Fue hacia la escalera y la subió de dos en dos; varias veces estuvo
a punto de tropezarse con las faldas y se golpeó dolorosamente la
rodilla con un escalón. Lanzó un grito y siguió subiendo como pudo
hasta el primer descansillo, y de allí continuó corriendo por otro
pasillo. Éste se abría ante ella, largo y curvado, y desaparecía entre
las sombras. Mientras corría por él, vio que había puertas a ambos
lados. Se detuvo y probó a abrir una, pero estaba cerrada con llave,
igual que la siguiente y la de después. Pero en alguna parte tenía que
haber una puerta principal, ¿no?
Otro tramo de escalera bajaba al final del pasillo. Tessa corrió por
ella y se encontró en una entrada. Parecía como si, en otro tiempo,
hubiera sido muy suntuosa; el suelo era de mármol quebrado y manchado, y unos altos ventanales a ambos lados estaban cubiertos por
unas cortinas. Un poco de luz se colaba por el encaje e iluminaba una
enorme puerta de dos hojas. Tessa notó que el corazón le daba un
vuelco. Se lanzó hacia el picaporte, lo agarró y abrió la puerta.
Más allá había una estrecha calle adoquinada, flanqueada por
casas idénticas y adosadas. El olor de la ciudad golpeó a Tessa en el
rostro; había pasado tanto tiempo desde la última vez que había respirado al aire libre. Era casi de noche, y el cielo era del apagado azul
del ocaso, cubierto por manchas de niebla. Oyó voces en la distancia,
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los gritos de niños que jugaban, el repiqueteo de los cascos de los
caballos. Pero allí, la calle estaba casi desierta, excepto por un hombre apoyado en una farola de gas cercana, que leía un periódico bajo
su luz.
Aun así, era alguien. Tessa bajó los escalones a todo correr, fue
hasta el desconocido y le tiró de la manga.
—Por favor, señor... Si pudiera ayudarme...
Él volvió el rostro y la miró.
Tessa ahogó un grito. El rostro del hombre era tan blanco y ceroso como la primera vez que lo había visto, en el muelle de Southampton; los ojos saltones aún le recordaban a los de Miranda y los dientes
le destellaron como el metal cuando sonrió.
Era el cochero de las Hermanas Oscuras.
Tessa trató de salir corriendo, pero ya era demasiado tarde.

Disfrutadlo!!!!

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Exámenes

Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!! No paro de tener exámenes, menuda caca u.u, la verdad es que no estoy muy estresada pero no creo que sea bueno para mi estarlo. Pienso que quizá si fuera un vampiro me podría quedar más rápido con las cosas además tendría tiempo para todo, ¿Quién no ha soñado alguna vez con ser un Vampiro? Lo tienen todo resuelto, excepto por el inconveniente de tener que beber sangre para no volverse locos y matar a alguien, jajajaja, siempre hay algún pardillo sólo por la noche en la calle al que se le puede hincar el diente, xD bueno, mejor me voy que desvarío, un besazo!

Para reirse Avenged Sevenfold!

Muchos de vosotros ya los conoceis, pero... ¿Qué se esconde tras ellos? Creo que son tipos majos, disfrutadlo

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La Puerta Oscura

Una trilogía de misterio y mucho mucho terror, te engancharán sus páginas repletas de Mostruos, Vampiros, Fantasmas y la ALUCINANTE historia de Pascal, Leedlo y no quedaréis indiferente.

La Puerta Oscura, de David Lozano. En la primera
 entrega Pascal, el protagonista, 
inicia un remoto viaje de pesadilla, 
una distancia mayor que la 
que separa la vida de la muerte.
 El camino del Infierno, 
la senda de los Condenados. 
Un horizonte lúgubre que le obligará
 a enfrentarse no solo a peligros
 desconocidos, sino a sus propios miedos.
 Pascal descubrirá, 
a lo largo de ese periplo irreal al que
 se ve arrastrado, criaturas, 
paisajes y riesgos que nunca imaginó.
 Ni en sus más terribles pesadillas.

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bleach 1º Capitulo 2ª parte

Disfrutadlo

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Series Anime

Querría que la disfrutarais,
espero que os guste, podeis seguir la serie en castellano o en japonés en seriesyonkis.com

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Regalo para escuchar

Ultimamente he tenido el blog un poco abandonado porque mi ordenador hizo ploff y he tenido complicaciones y una pincha en el dedo, jijiji, os dejo música:

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